15 de agosto de 2011

OLEMOS A SEXO


Lentamente, apoyó la cabeza en mi muslo izquierdo. Con voz cansada y serena dijo: -Olemos a sexo. Fue como si un rayo de luz finísima me atravesase el cerebro. ¿Qué es el olor a sexo? –me dije. ¿Es el olor a mí (y ya sabemos a qué me refiero)? No creo. ¿Es el olor a ella? No. ¿Ambos, mezclados? Puede ser. ¿Y mi sudor? ¿Y el suyo? Ya se aproxima, pero, ¿y el olor de nuestras ropas? ¿no es importante? Claro que sí. Y el de los restos de nuestros respectivos geles de baño. Y el de los tentempiés que nos habíamos comido cinco minutos antes. Sí. Y también nuestros alientos. Claro. Y después de tantas vueltas... ¿no colabora también el olor de las alfombrillas del coche? ¿Y el de la tapicería? Por supuesto. Y el olor que entra por las ventanillas con el sonido insistente de los grillos. También.

Todo eso junto, pensé, forma parte del olor de esos momentos que llamamos “sexo”. Entonces me di cuenta de que los olores que pueden emitir dos personas abrazándose repetidamente son muy pequeños. Al menos si los comparamos con la constelación de aromas que componen lo que creo que es el olor a sexo. Lo solas que pueden llegar a estar dos personas amándose en el centro del universo. Y sin embargo acabamos siempre “oliendo a sexo” ¿Qué pasa con la infinitud de aromas que nos rodean y se mezclan con nosotros? Nada, no pasa nada. El olor de dos personas amándose transforma en “olor a sexo” el olor de un coche viejo en una noche húmeda. Y lo mismo pasaría si se amasen al lado de un cañaveral en verano, o dentro de una habitación con insecticida... Nada importa realmente. Amándose en el centro del universo, en cualquiera de sus rincones, sin que sus olfatos pasen por alto el olor de las comidas, el de las alfombras sucias, el de un coche mohoso, el de un río estancado, el de una habitación cerrada, el de las cañas con los mosquitos zumbando... sin que pasen por alto ni uno solo de los olores que les enmarcan, esas dos personas acabarán “oliendo a sexo”, ya sean millonarios o pobres como ratas, de religiones contrarias, ya estén sus países en guerra o vivan en el paraíso en la tierra, aunque tengan que permanecer escondidos para salvar la vida, aunque vivan acosados por la podredumbre, aunque naveguen en el mar de su propias lágrimas, aunque la vida les haya erizado el pelo, aunque no tengan ni idea de qué será la belleza, aunque nunca nadie haya pensado en ellos, con hambre o con empacho, esas dos personas abrazándose olerán a sexo. Porque son esas dos personas las que con la humildad de sus besos, de sus caricias y respiraciones acaban impregnándolo todo. Y sus olores son un canto victorioso. Porque el amor es la única piedra que podemos alzar ante el mundo.

Bajé un poco la cabeza. Ella tenía la suya cansada y serena sobre mi muslo izquierdo. Acerqué mis labios hasta rozarle la cara y susurrarle: -No quiero oler a otra cosa.




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