16 de marzo de 2015

DREAM FACE SONG


He soñado con tu nombre, sin más, en un sueño excitante, abstracto y sin signo.


No eran palabras en mi sueño, a ver cómo me explico, no eran escritas ni pronunciadas, sino más bien una especie de idea omnipresente que se explicaba por sí misma. Como una fuerza latente: el oxígeno que respirará el submarinista, callado, tenso, comprimido a su espalda, antes de haberse lanzado al agua.



Enmedio de mi bruma onírica, tu nombre se me aparecía como latiendo en silencio, suficiente, localizado en una inmensa cuadrícula tridimensional invisible. Era como si tu peso, tu lugar en la vida, con todo lo que aportas al mundo, tuviesen un lugar propio, unas coordenadas específicas, en una tabla infinita de excel.



Me movía trabajosamente en la cama, soñando tu nombre. El día viene claro, me decía a mí mismo, sonriendo en el duermevela. Y tu nombre, como que se me imponía por dentro, y al tiempo entiendo que algún tipo de contable divino ha parcelado el universo para facilitarnos las cosas.



Hay una casilla con tu nombre, en la inmensidad del todo, y yo la he encontrado, en mi sueño. En el estómago, como una cavidad vacía, que al mismo tiempo me contiene y me indispone a discernir entre dentro y fuera, entre tú y yo; y yo avanzo un dedo hacia una casilla al lado de la tuya, y al tocarla, en un suspiro, a dos centímetros de mi nariz, desde el suelo lechoso del sueño, se disparan hacia el cielo estructuras retorcidas de negro metal hiriente oxidado, como ruinas que aspiran a tener un sentido constructivo, como skyscrapers rotundos preñados de yonquis babosos inofensivos, como espadas ardientes de fuego invisible que desafían la majestuosa inmensidad del cielo. Y por sus rendijas, un viento metálico, inmiseridorde, me susurra, entre dientes,



ocupado... ocupado...



Con tu nombre pululándome en las entrañas, ya pueden venirme mensajes disuasorios. Mi corazón, con tu nombre en la boca de mi sueño, es un saco de ratones que se descose por los cuatro costados en mitad de un campo de espinos. Sueño tu nombre y mi paz todo lo puede. Y la vida puede ser un domingo de tristeza contenida, pero la verdad es que camino gozoso esquivando todas las trampas, todas las durezas que se inventen las señoras y señores que con su propio miedo ancestral, con su pobre miope cobardía, construyeron razones para ningunear la poesía, falaces poltronas desde las que nos dicen, a ti, por tu lado, a mí, por mi temeridad: sean todos bienvenidos a la vida real.



No quiero, ni soñando, una vida de qué-vamos-a-hacerle.



Yo sueño con tu nombre y todo son cosquillas.



Sueño con tu nombre y no puedes hacer nada. Es así, básico, sencillo, natural. Ya pueden quemarme los puentes, perderme las llaves, cerrarme las puertas.



Los soñadores parecemos gente caprichosa embobada en la construcción de su irrealidad, pero nadie como un soñador tiene tan a la vista la vida real. Nadie tiene tan presente lo que le falta. Sí. A veces parecemos bobos suicidas, pero mira bien, dentro de nuestro debatirnos entre entusiasmo y estupor: queremos una vida real mejor. No perdemos energía en debatir ni presupuestar lo que es posible o no. Soñar es darle espíritu constructivo a la insatisfacción. Y ante eso, extiéndeme campiñas de flores aburridas, hechas de sol acostumbrado, engalanadas de perfume heredado, esperando pasivas algún destello descuidado de la aplastante vida natural, tan lógica aburrida.



Soñar es lanzarme de cabeza a las leyes que tengo por escribir. Sumergirme en una paciencia ansiosa por el sabor de lo inconcluso. Te huelo. Te estoy dibujando sin forma, sin límites, en mis entrañas. Y así me entrego más profundo, si cabe, en la construcción del mundo que quiero.



Ya despertando, no puedo dejar de lado que detrás, dentro, delante de tu nombre hay una mujer censada, con todos sus derechos y deberes, con sus cargas y anhelos, en la vida real. Y aunque es cierto que pensando esto, la casa me parece muy fría para el tiempo que entra, en realidad nada cambia, básicamente. Tu nombre también está despertando conmigo, y empiezo a ensayar algunas costumbres mecánicas, me hago un café grande, con alegría íntima y en los labios apretados, una especie de satisfacción contenida. Sólo con soñar tu nombre mi vida ya ha mejorado.



Yo no dejo de estar en el mundo, con los derechos y deberes, con las cargas y anhelos que por vivir me corresponden, por amar la antesala de la mujer que realmente eres. Yo no soy un hombre menos real por soñarte.



Pienso en la gente que me quiere. Pienso en la gente a la que quiero. Y aunque reconozco que todos estamos queriendo como sabemos, pues no puedo dejar de admitir el peso de tanto amor que debo. No es sólo que te quieran, la vida. No es sólo admitir que todos los intentos serían merecedores de tu respuesta. No es que me quieran, no es que yo ame. Para amar, en sí, ni tú ni yo nos necesitamos.



Sueño tu nombre, con su mujer por dentro, al lado, ahí donde estás, aquí, en mi hogar alquilado, y me abrigo dos veces:

Una, por mi frío,

Otra, por el frío desangelado e inmisericorde que gobernaba tu barco ardiente, mientras bajabas por la calle mayor de tu pueblo, sabiendo tú sola que en alguna parte está el amor que te deben.



Y ahora me vienen tus decepciones y desplantes, tus renegociaciones, tus logros, tus dolores, tus márgenes de mejora. Una mujer real, como decía, después de todo. Es lo único que no pierdo de vista.



Sigo adelante el día y por dentro de la boca cerrada, como que tengo una orquesta ordenando sus partituras, templando cuerdas, acumulando vientos, domando metales. Por dentro de la boca cerrada, sin letras, sin palabras, se me imponen susurros que me ayudan a discernir entre lo fácil y lo sencillo. Me ayudan a abrir los ojos del todo. Me ayudan a preferir.



Se me acaba instalando en el alma, ya despierto, como siguiendo una rara alegría sin contrato, como un saber audaz, inocente e incontestable, que sin detenerse a debatir entre lo posible y lo deseable, sin pararse a clarificar lo pertinente, lo negociable, lo sorpresivo, lo esperanzable, tan sólo sabiendo que he despertado, y hallándome colmado en mi propio sueño, un pájaro de silicona se da topetazos contra las paredes de mi estómago. Lanza sus cantos contra mi boca cerrada.



Sin palabras te llevo conmigo, poniendo parte de tu ventura en mi sonrisa, al saludar en la panadería, en el super, al negociar toda la ambigüedad que se extiende entre la pena y la alegría, entre el deseo y la decepción. Un paso puede ser de arena y el siguiente puede ser de cardo, pero te pienso y sin querer me gobiernas, y salgo a la calle, como digo, con la única canción que quiero, sellada en los labios.



Sin notas, sin letras, encaro el día cantando por dentro que eres tú. Que eres tú.



Y este sueño que despierta en canción se me tiene que notar en la cara.


Barceloneta, 15_Marzo_2015




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